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TRABAJO MANCOMUNADO

Tener la mente fría es indispensable, pero ¿cómo? Una opción sería dejarse llevar por los acontecimientos y no hacer nada más que ir para donde todos van.

La otra, más complicada, difícil y comprometida, es la de ser partícipe de los cambios, constructor de la nueva forma de vida.


Esta última es la más útil, tanto para la sociedad en su conjunto como para cada uno de los integrantes de dicha sociedad, ya que la participación implica una cuota de sacrificio solidario y responsabilidad y, por ende, con los resultados obtenidos se eleva el espíritu comunitario e individual.


Si los denominados “dirigentes” no actúan conforme a los valores primigenios de honradez y buena voluntad, ¿cómo puede cada uno de los dirigidos encontrar un lugar de participación, un sistema a crear, una ayuda a brindar, un semejante a quien volcar su vocación solidaria, un ente, institución, club, asociación o cualquier otro tipo de ordenamiento colectivo detrás del cual encolumnarse, enlistarse, trabajar, producir, colaborar, aportar datos, ideas, soluciones o simplemente disfrutar?


Es evidente que nada está claro, nada tiene pies ni cabeza, todo está destruyéndose, todo está reconstruyéndose. Todo está así porque nada tenemos, nada nos han dejado, nada hay.


A esta nueva generación le ha quedado la tarea de buscar en donde aparentemente no queda nada y encontrar, sacar, descubrir, crear y nutrir lo que se pueda.


La falta de imaginación trae aparejada la falta de acción. Si sobra soberbia y poder, sobreviene el aislamiento intelectual y degenera en inacción.


No estoy contento, como muchos, de nuestra realidad. Ahora bien, si nos lamentamos entre nosotros o como se intenta hacer, nos lamentamos ante nuestros “enemigos”, peor aún, si les echamos la culpa de todo, simplemente vamos a lamentarnos y nada va a cambiar. Pongamos las cartas sobre la mesa y digámonos la verdad.


Creo que es tiempo de intentar realizar un verdadero cambio humano y no necesariamente materialista. No se trata sólo de cambiar las reglas del mundo material, sino de cambiar al hombre a través del cambio intelectual.


Nuestra realidad no resiste ningún comentario, ni siquiera resiste una crítica intelectual. Hay que cambiarla.


Si el individuo tiene fe en sí mismo puede encontrar la esperanza en su propio ser, en su esencia, lo cual ocurre en tanto tenga vida o, mejor, en tanto mantenga la predisposición a mantenerse con vida, ya que su esencia sólo existe si existe su vida. No hay así posibilidad de tener esperanza si no se manifiesta la predisposición a la vida. Quien no tenga fe en sí mismo se ha quedado sin esencia. Está muerto.


Si ese mismo hombre, además de tener fe en su esencia, tiene fe en las circunstancias que permitieron y permiten su esencia, encontrará la esperanza si se mantiene la ocurrencia de dichas circunstancias, lo que ocurre sólo si él desempeña la función que las mismas circunstancias le asignan. No hay posibilidad entonces de que tenga esperanza si no cumple con lo que su posición en la ocurrencia de las circunstancias le impone.


Vemos hasta aquí que el hombre con fe en su esencia y en las circunstancias que permitieron su existencia tendrá la posibilidad de encontrar la esperanza, pero queda implícita la idea que si no encuentra fe en su madre, quien es el elemento principal en su existencia y en las circunstancias que originaron su existencia, no encontrará la esperanza.
Aunque éste resulte un tema de difícil resolución o análisis es necesario tratarlo.


Quien no tenga la posibilidad de manifestar su fe en su madre no tiene posibilidad de tener esperanza, siendo indistinto para esto que su madre esté o no con vida o esté o no presente en su vida.

La existencia está indefectible e imprescindiblemente relacionada con la madre, aún cuando la ciencia provoque situaciones en las que aparezca innecesaria la presencia de ella. Nos equivocamos si consideramos aquí a la madre sólo desde el hecho físico de su existencia. La idea de madre es omnipresente, aún cuando el hombre sea concebido o creado mediante un acto científico.


Será más difícil para este hombre así creado el encontrar la fe en lo que la palabra “madre” comprende como idea en este trabajo, pero deberá encontrarla, de lo contrario no tiene posibilidad de tener esperanza.


Manifestada la fe en la madre o en la idea que suscita la palabra “madre”, se hace evidente que, aunque sea inicial y primariamente, el hombre deberá encontrar su fe en el grupo al que esa madre pertenece para tener la posibilidad de hallar esperanza.


Podrá con posterioridad decidir cambiar de grupo por lo que en esa ocasión considere, no obstante deberá encontrar o depositar la fe en el grupo y ello lo logrará si visualiza como óptimas las circunstancias que mantienen la existencia del grupo para desarrollar su propia existencia dentro de él.


En principio no habría ningún otro grupo mejor para el desarrollo de la existencia del hombre que aquél en el que fue posible que existiera, aún cuando se interpongan aquí consideraciones de otra índole distintas a las meramente existenciales.


Si el hombre obtuvo su esencia y existe lo es por la ocurrencia de circunstancias propias del grupo donde se originaron los hechos que así lo posibilitaron.


El cambio de grupo puede facilitar el encuentro de la esperanza por cuanto, habiendo perdido la fe en el grupo original, ahora la deposita en este nuevo grupo.


Tanto si la fe la mantiene depositada en el grupo original como si cambia de grupo y deposita su fe allí, el hombre deberá interactuar con las circunstancias que en el grupo elegido estén establecidas, realizando los actos que le sean impuestos por las normas del mismo grupo para lograr que los eventos produzcan las circunstancias necesarias para seguir confiando, lo cual determina el desarrollo del grupo que, a su vez, retroalimenta la fe depositada en ese grupo.


La esperanza del hombre entonces estará fundada en la confianza que determinan los hechos generados por los individuos dentro del grupo en el que se mantiene como producto de la fe que en él deposita.


Claro es el hecho que el desarrollo del grupo está íntimamente ligado al empeño que cada individuo ponga en cumplir con las normas que aseguren la ocurrencia de las circunstancias por las que el mismo grupo existe, pero si esas circunstancias empiezan a ser vistas por el hombre como no aptas para su desarrollo personal, ya sea como individuo o como parte de un subgrupo, es lógico pensar que ese hombre no se desempeñará tal y como el grupo espera que lo haga y ello porque ya no conseguirá confiar en que las circunstancias le serán propicias, perdiendo su fe en el grupo y, por ende, imposibilitándolo de encontrar esperanza.


Se mantendrá en el grupo en tanto y en cuanto halle la oportunidad para cambiar de grupo o para hacer cambiar las circunstancias en las que opera el grupo, lo que encuentre más cercano en el tiempo o más posible de realizar.


En esta etapa juega un papel fundamental la fe que el hombre tenga en la organización, los líderes y los dirigentes del grupo. Si no tiene fe en estos elementos o si las circunstancias en las que se desempeña dentro del grupo no hacen posible que visualice con confianza su futuro, seguramente que no encontrará la esperanza ni para con él ni para con el grupo.


La organización del grupo se logra por los actos de sus líderes y es la misma organización la que determina la aparición de los dirigentes, quienes podrán ser los mismos líderes que establecieron la organización del grupo o no, o, tal vez, algunos de ellos.


Está implícita aquí la fe que los individuos colocan en la ocurrencia de los hechos que marcan las circunstancias de la organización del grupo, de lo contrario no sería posible la propia organización.


El hombre tendrá fe en la organización del grupo en el cual eligió permanecer en función de la confianza que deposite en los actos de los líderes del mismo y, por ende, en la fe que en esos líderes tenga, fundamentada en la posición que éstos hayan asumido ante el grupo previo a la valoración que de ellos se haya hecho.


Si damos por cierto que la esperanza humana es entendida como la confianza en que ocurrirán hechos en el futuro por los cuales ese futuro esperable, soñado o imaginado, se hará realidad, tenemos entonces que la esperanza no es dinámica, sino estática pues espera la ocurrencia de hechos, no los genera.


Tener esperanza es “esperar” que ocurran las cosas. Claro que esa espera se hará con confianza, es decir: seguros de que ocurrirán, pero aún así nos mantendremos “en espera”.


Durante el tiempo que tengamos esperanza estaremos ilusionados, expectantes y motivados para seguir con vida y sólo nos quedará ver el momento en que se hacen realidad aquellos hechos que confiamos se consumarán.


Pero ¿quién se encarga de hacer realidad la ocurrencia de esos hechos que estamos confiados ocurrirán? Si lo analizamos desde la fe, cualquiera sea ésta, tendremos certeza respecto a que aquella esencia de nuestra fe se encargará de desarrollar eventos destinados a la ocurrencia de los hechos que confiamos ocurrirán.


Entonces nosotros sólo deberíamos dejarnos llevar por la fe ya que ésta se encargará de que nuestros actos sean parte de los eventos por los cuales la realidad imaginada, soñada o pretendida, finalmente ocurrirá.


Pero si no tenemos fe y el análisis lo hacemos desde una posición no teológica o no religiosa, ¿quién impulsará los acontecimientos para que ocurran los hechos generadores del futuro deseado?


Desde la fe los hechos ocurren porque yo hago que ocurran y lo hago porque la misma fe es la que me empuja en razón de que presupongo que van a ocurrir. Así entonces concluimos que no puede haber esperanza sin fe y que la fe no existe sin la presencia de la esperanza. Se retroalimentan.


Por fuera de la fe, ¿dónde encuentro el impulso para hacer lo que permitiría que ocurran los hechos que espero ocurran? He aquí la necesidad de la presencia de la determinación personal.


Si yo no estoy determinado a hacer algo es seguro que no ocurrirá hecho alguno que modifique mi realidad y, entonces, los hechos que espero ocurran seguramente no ocurrirán.


Esto me llevará a concluir que no debo esperar que ocurra ninguno de los hechos que imagino, sueño o pretendo que ocurran, por lo cual sólo me mantendría a la espera de encontrar la determinación o el impulso inicial que cambien la inmovilidad en la que mi falta de determinación o impulso me mantiene. También se retroalimentan.


Vemos en el análisis previo que tanto el que tiene fe como el que no, no poseen por sí mismos determinación o impulso.


En el primer caso provienen de la fe, sin la cual no se harían presente, por ende no son inmanentes al hombre sino que se manifiestan en tanto tenga fe. Perdida ésta se queda sin determinación o impulso pues sólo ella los motoriza.


El hombre del segundo supuesto, el que no tiene fe, tampoco encuentra de manera ingénita la determinación o el impulso que lo haga hacer algo, ya que está predispuesto emocionalmente a no esperar que ocurran hechos a partir de sus propios actos que modifiquen su realidad en función a sus sueños, ideas o imaginación, los que considera sólo eso mismo, es decir: sueños, ideas o imaginación.


Este hombre expresa y justifica en su personalidad a la utopía. Todo aquello que sueñe, piense o imagine lo considerará utópico o de imposible ocurrencia. No habrá presencia en él de la esperanza como elemento de vida sino que sólo estará presente en su yo en tanto espera que ocurran hechos que interpreta como utópicos.


Entonces: ¿es buena la esperanza? Creo que no es mala en sí misma, pero también creo que es un concepto impuesto para evitar al conjunto a forjarse su propio futuro soñado, imaginado o esperado. En tanto tengamos esperanza, esperaremos.


Si la fe permanece en el hombre éste permanece con esperanza, aún cuando aquello que cree va a ocurrir no ocurra.


Si la fe no está presente en ese hombre éste tiene esperanza en tanto y en cuanto imagine utopías. En ambos casos el hombre espera una acción de algo extrínseco para mantenerse con esperanza, ya sea de aquello en lo que tiene fe como de algo utópico.
Es oportuno entonces analizar las distintas opciones que tiene la humanidad para mejorar el presente y reformular el futuro.


La visión del mundo se hace desde cualquier parte de él, pero siempre prevalece la que se manifiesta en los centros de poder, sean estos culturales, económicos, políticos o bélicos.


Esta prevalencia está relacionada directamente con los servicios de comunicación masiva de las ideas, los que, lógicamente, tienen mayor poder de difusión en tanto y en cuanto puedan llegar a más personas la mayoría del tiempo, estando ese poder relacionado entonces con la mayor posibilidad de ejecutar acciones con mejor tecnología, durante más tiempo y con más personas trabajando en función de ello.


El que tiene más dinero tiene más poder de comunicación y, por lo tanto, puede hacer conocer su visión de los hechos, prevaleciendo así su análisis de la realidad, cerrándose entonces el círculo por cuanto sería de necios esperar que quien tiene la posibilidad de manejar ese poder haga algo como para que se diluya el mismo, a lo sumo compartirá una porción de poder secundario, pero jamás se autoeliminará para que con ello se beneficien otros.
Entonces ¿es lógico continuar el análisis de los hechos bajo la óptica de aquellos que hoy ostentan el poder?


La respuesta sería afirmativa sólo si los hechos analizados fueran lo suficientemente buenos como para que la gran mayoría de la gente viviese bajo las mejores condiciones de sociabilidad, humanidad y dignidad, que estuviesen acorde a los adelantos científico-tecnológicos que el hombre ha podido desarrollar y, más aún, que esa mayoría -y por qué no la totalidad-, estuviera en condiciones de sustituir o modificar en forma permanente, metódica y sistemática, hechos que le impidan o dificulten su evolución, sin necesidad de la intervención de persona alguna.


Es decir, si los hechos que se producen son los mejores que se pueden producir y éstos se ejecutan por siempre de acuerdo a un método y sistema que en todo momento es el mejor que el propio hombre puede desarrollar, entonces sería coherente una respuesta afirmativa.


Pero la respuesta natural y lógica es un contundente “no”. Claro que el análisis de los hechos a fin de cambiar o mejorar éstos, en cada momento que lo hagamos, no puede hacerse bajo ningún punto de vista por los que tienen éxito en el contexto analizado, ya que sería utópico creer que esos ganadores puedan pensar siquiera en modificar algo de los hechos que los han hecho, precisamente, ganadores y exitosos. No es humano, natural ni lógico que así ocurra.


¿Quién podría tener poder y utilizarlo para infligirse un daño a sí mismo de tal magnitud que perdiera dicho poder?


He aquí la importancia de los rebeldes, de los anárquicos, de los que no creen, de los perdedores, de los que piensan en contra del sistema, de los que desarrollan teorías diferentes a las existentes.

Es muy importante para la humanidad toda esta gente, tanto que es vital que existan, de lo contrario sólo los poderosos mantendrían los sistemas funcionando para que éstos les sirvan a ellos mismos a mantener, justamente, su poder.


Tan verdadera es esta teoría que el mismo Dios (si éste existiera y sólo considerando los hechos hasta ahora producidos), está haciendo eso, es decir sostiene un sistema que lo mantiene con todo el poder.


Si realmente fuera el Dios cuyas definiciones abundan en cualquier idioma o religión, no haría lo que le hace mal a su creación, mejoraría aquello que sea necesario mejorar en beneficio de su creación, permitiría que su creación fuera tan cercana a la divinidad, a lo sublime, a lo inmejorable, que no haría falta su presencia o, al menos, él no representaría nada más que el último escalón y toda su creación estaría en el escalón anterior o a la par de él, sin necesidad de pasar por la muerte para ello.


La muerte de por sí representa un bochorno en el contexto divino de la creación, no existiendo explicación racional alguna por la cual se demuestre que para vivir eternamente al lado del creador éste tenga necesidad de hacernos morir antes, siendo que puede hacer cuanto quiera, entre otras cosas que vivamos a su lado desde el principio, dotándonos de las cualidades necesarias para ello, sin necesidad de pasar por prueba alguna ya que para eso tiene el poder de crear lo que quiera.


He ahí la religión, cualquiera sea y de cualquier cultura o tiempo. Una visión de los hechos generada en la usina de los poderosos, los que claramente la imponen para seguir manteniendo ese poder. Si no lo hubieran hecho así, ¿serían poderosos?.


Yo lo haría igual en el mismo escenario, al menos hasta que me lo permitiesen, por eso hay que ponernos límites. Hay que dejar de permitirlo.

Quedamos entonces en que hay que cambiar los hechos para que la civilización sea mejorada, ¿o no? Puede ser que la mayoría quiera seguir viviendo así como estamos. Si así fuera, este es el final del mensaje.


Si alguno cree que hay que cambiar, entonces empecemos por algo importante, no dejemos que el cambio lo piensen los que tienen el poder, tienen el dinero, tienen las armas, tienen los medios de comunicación y tienen la posibilidad de comprar voluntades mediante un salario.


Ese cambio, en tanto tal, lo debemos pensar los otros, los comunes, los que nos tenemos sólo los unos a los otros, los que no gritamos pero podemos hacer que una palabra viaje a todos los rincones del mundo, los que no intentamos convencer a nadie de que piense como nosotros, sino que intentamos que todos pensemos en beneficio de todos, sin unanimidad, sin violencia y sin demagogia, sólo con el propósito simple y natural de EVOLUCIONAR.


Sentado ello es que me permito proponer un sistema que facilitará pensar entre todos ese cambio posible, al que defino como DEMOSARQUIA.


Espero que el presente trabajo no tenga una pre-interpretación subjetiva o reduccionista, como así tampoco prejuiciosa, justificada en los resquemores que todos los ciudadanos de buena voluntad poseemos respecto de las distintas conducciones que hemos tenido y tenemos, que nos obliga a abrir el paraguas antes de que llueva.


Esto es poco productivo para un efectivo intercambio de ideas entre ciudadanos que potencialmente buscan una solución común para problemas estructurales de su convivencia civilizada.


Así planteada en forma racional y suficientemente autocrítica la situación sociológica es que podremos buscar en forma realmente coherente nuestro camino de convergencia pacífica hacia un destino, no ya de grandeza, pero sí quizás de orden y estabilidad, necesarios para involucrarnos en los hechos que la historia le depare a nuestra compartida humanidad.


Principios de la acción mancomunada.


En el contexto evolutivo al que hemos arribado es imposible pensar que para obtener cambios en los sistemas políticos, económicos y culturales de una población, deban llevarse a cabo acciones del estilo revolucionarias, violentas, secesivas o segregacionistas, por cuanto no es de seres inteligentes actuar de ese modo para cambiar el statu quo.


Tampoco el pacifismo, la no violencia o la desobediencia civil serían las más adecuadas porque estamos en un momento de la evolución en el cual debemos tener resultados más inmediatos. Vivimos inmersos en la velocidad, entonces no es posible esperar para ver los resultados.


Las acciones a seguir deben estar encuadradas en los siguientes principios:


1) Hacer:


Sin duda que para hacer se debe saber qué hacer pero no es imprescindible saber todo lo que hay que hacer. Simplemente hay que ponerse a hacer cosas en función de la idea principal, que es "cambiar".


Hagamos cualquier cosa, por pequeña que ésta sea, que se relacione con nuestro yo o con el nosotros, sin pensar demasiado en las consecuencias -evitando, claro está, que las consecuencias deparen daños físicos a otros seres, pero nada más que esa salvedad ya que otro daño debe ser reparado por el "cambio" mismo-, y sin posibilidad de pensar de otra forma, ya que si no "hacemos" pensando que el cambio es para mejorar en un todo la vida de cualquier ser humano, entonces no tiene sentido. Pues bien: HAGAMOS ALGO.


2) Debatir en positivo:


Sería perder el tiempo ponerse a demostrar que tenemos razón ya que esto sólo será posible dilucidarlo si se produce el "cambio", de lo contrario es una discusión abstracta. Entonces no es viable que se contesten los cuestionamientos negativos referidos a la idea central.


El debate debe producirse sólo en la órbita positiva y mantenerse alejado de las discusiones que no llevan a ninguna parte positiva o que entorpezcan el cambio.


En definitiva, jamás debemos preocuparnos porque no les guste el "cambio", sólo debe interesarnos "cambiar" y el debate debe ser llevado a ese terreno.

3) Seguir adelante:


Como es lógico suponer en este estadio de los hechos no se tiene en claro el "todo" del "cambio" por cuanto tenerlo sería imposible, no siendo útil.


El verdadero "cambio" se producirá cuando todos hayamos interactuado en él, o más bien, comenzará a verse una vez que una buena porción de gente comience a "hacer" el "cambio".

Es oportuno entonces advertir que pase lo que pase con el proceso, éste debe seguir adelante, sin lineamientos y sin dogmas, sólo con la convicción de que hay que cambiar y hacerlo permanentemente.


4) Analizar siempre una observación:


Va de suyo que nadie tiene la verdad absoluta por lo que siempre es oportuno detenerse a analizar una observación hecha en positivo, recordando que es importante hacer, debatir y seguir adelante, teniendo en mente los tres principios para cumplir con este cuarto.


5) Cualquier opinión puede ser la más importante:


Lo que cuenta para cambiar es, por lo menos, opinar respecto a cómo hacerlo, lo que representa una obviedad por cuanto nadie va a cambiar si no tiene previamente admitido que es necesario cambiar y, para ello, haber arribado a una opinión sobre dicho cambio, por lo que dicha opinión debe ser valorada como la de cualquiera, pudiendo ella ser la más importante en el proceso de cambio.


6) Es más importante la idea u opinión que la persona:


Los nombres son el sujeto en toda oración pero ésta no dice nada si sólo aparece el nombre, por lo que es claro que el mensaje es siempre más importante que el mensajero, así como la idea lo es respecto de quien la ideó o la dice y la opinión lo es de aquél que opina, de lo contrario no cumpliríamos con los cinco principios anteriores y nos detendríamos a analizar al sujeto siendo ello negativo para el proceso que se basa en lo positivo de los hechos.


7) Respetar al diferente:


Así como los nombres o los sujetos no son importantes como tales para tomar en consideración sus opiniones o ideas y sí lo son estas últimas, es lógico que el respeto sea la esencia del debate, máxime si lo que debatimos son las opiniones y/o las ideas y nunca lo hacemos respecto de las personas.


Hacerlo hará de por sí que la acción esté basada en el respeto y éste tendrá aplicación tanto al semejante como al diferente, hechos éstos (semejanza y diferencia) que no son importantes para el debate positivo de ideas, tal como se indica en el principio sexto que antecede.


8) Darle importancia relativa a la transición:


La transición puede ser permanente o tener estadios de mayor presencia en algunos momentos que en otros, pudiendo verificarse que los hechos positivos en función del cambio van produciendo efectos que pueden permanecer en el tiempo tanto como lo decidamos entre todos los que positivamente nos embarquemos en el "cambio" y en función del debate que se produzca, por lo que no es importante ningún momento de la transición, la que fácilmente puede ir viviéndose como pequeños finales a los que le suceden pequeños principios.


9) Mantener un estado de indiferencia hacia la violencia:


Es el punto crucial para el éxito del cambio. Restar toda importancia a cualquier tipo de violencia que se genere en derredor del cambio, ignorándola, porque detenerse siquiera a pensar en ella nos desviará del objetivo, el cual es "cambiar", debiendo dejar aislados y hablando o actuando solos a los que pretenden introducir la violencia en el debate.


Me refiero aquí a cualquier tipo de violencia y provenga de donde provenga, es decir que esto se aplica a la violencia extrínseca como a la intrínseca, siendo esta última contraria a todos los principios ya enunciados, por lo que desde el momento mismo que se genera deja de pertenecer al sistema positivo de cambio.


Esta forma de actuar es la positiva, en tanto que inmiscuirse en la violencia verbal o física hará que no cumplamos con los principios enunciados y ello no es parte al proceso.


El arma más poderosa contra la violencia es la "indiferencia", haciendo que quien la ejerce no exista en nuestras consideraciones vitales, no teniendo importancia lo que diga o haga, siendo alguien del que ni siquiera hay que pensar.


La violencia o el violento no es parte del estado de evolución al que hemos arribado, por lo que ello no puede ser considerado para "cambiar". Nuestro destino es otro y en él no existe un reconocimiento a la violencia, ni afirmativa ni negativamente, directamente nos es indiferente.


10) Probar siempre las ideas en los hechos:


Las utopías no son parte del sistema por lo que la prueba y el error harán que se produzca el "cambio", determinando ello entonces que, si aplicamos los nueve principios anteriores, será imposible que una idea se quede como tal, pasando a ser parte del proceso al ser intrínseco al mismo.


11) Tomar decisiones de aplicación general sólo si surgen del consenso:


Las decisiones de fondo deberán tener como base el consenso, logrado a través del proceso y de la evolución de los hechos en cumplimiento de los principios aquí detallados, refiriéndome con ello a aquellas decisiones que marcan los lineamientos generales del proceso y no los individuales, los que, tal como se enuncia precedentemente, deben ser acometidos sin necesidad de convencer a nadie para realizarlos, sobre todo porque cualquiera de esas decisiones podrá ser la más importante para determinar un verdadero "cambio" y, además, con ello se mantiene en permanente movimiento el "cambio".


Los individuos son los que generan el cambio y el grupo o conjunto de ellos los consolidan con alguna decisión de aplicación genérica, pero sólo con el objetivo de facilitar la continuidad de la acción individual hacia el "cambio".


12) Obtener el consenso para continuar, nunca para concluir:


Para obtener el consenso será necesario debatir positivamente, con la impronta de siempre seguir adelante, analizando las observaciones, ideas y opiniones sin importar cuán grandes o pequeñas parezcan y quién las enuncia, respetando al diferente, haciendo que el estado de transición hacia la aplicación del consenso no se convierta en lo importante al momento de debatir e, indiferentes ante la violencia, probar las ideas una y otra vez hasta consensuar cómo ejecutarlas pero sin dejar de probarlas en los hechos, logrando así la decisión que marcará el final del proceso y que, paradójicamente, será el comienzo del cambio.

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